El año pasado, sin planearlo, sin imaginarlo, sin estar preparado, la vida me dijo que iba a ser padre. Repetidas ocasiones me había dicho y justificado sobre por qué no quería ser padre. La mayoría de mis explicaciones eran bastante paliativas, excusas. Una vez que la decisión fue tomada por mi, no pude ocultar ni negar mi emoción. Me entusiasmaba mucho ser padre.
Fui padre 6 semanas, en concepto, las cosas no se pudieron acomodar en tal sentido y perder la primer oportunidad de ser padre me dolió mucho.
Dolor es un tópico complejo, hay quienes lo evitamos al máximo y hay hasta quienes lo disfrutan, tanto así que se quedan atorados en él, a veces inconscientemente.
Mi dolor era algo nuevo, pero cómo lo confrontaba no. Traté, como lo hice durante toda mi vida, de ponerlo debajo del sillón. Allí no se veía, solo si me agachaba mucho. Esta vez ya no cabía y no hubo dónde guardarlo. Lo tuve que acompañar, lo tuve que ver cara a cara, lo sigo viendo cara a cara, primero con miedo y cada vez más con compasión. El dolor me enseñó sobre mí cosas que por mucho tiempo escondí, excusé, evité. El dolor me enseñó que aunque nunca antes lo racionalicé o lo verbalicé, quiero ser padre.
Hoy estoy viviendo otro tipo de dolor. Empieza por la frustración que genera la desinformación que lleva a mis pensamientos de extremo a extremo entre pensar que lo que está pasando mundialmente es una exageración de los medios, hasta tener miedo a ser contagiado solo por respirar cerca de alguien.
Por otro lado siento coraje de no poder salir, de sentirme encerrado. Siento rabia del riesgo en el que se pone el negocio al que le he apostado todo los últimos 6 años y que tanto me ha costado emocional y económicamente. Siento tristeza anticipada y ansiedad al pensar en dejar a personas sin empleo.
Estoy muy triste y congelado con la intención de hacer algo para ayudar y no poder lograrlo.
Me he estado escondiendo en el trabajo, estoy 10–12 horas diarias frente a la computadora, llamada tras llamada. Estoy comiendo mal. Probablemente muchas personas están igual que yo. Lo noto en lo difícil que es para algunos clientes confiar en el trabajo, reflejado a veces en malos tratos. Lo noto en mi equipo de trabajo, en cómo administran su estrés y carga laboral, y en cómo dejan salir sus frustraciones. Lo noto en mí, con estados de ánimo cambiantes, estando como zombie en algunas llamadas. Tampoco estoy durmiendo bien, procuro agotarme con ejercicio para poder descansar mejor.
Claramente estamos, estoy, pasando un mal momento. Pero como una de mis frases favoritas bien resume “La mierda es fertilizante.” Ayer me acordé que una experiencia que me trajo mucho dolor también me enseñó mucho y me permitió ver ciertas cosas mucho más claras.
Ahora me pregunto, ¿qué me va a enseñar el dolor que estoy sintiendo?
Hace unas semanas publicamos un documento con herramientas y acciones para ayudar a las organizaciones y personas en momentos de crisis. Una de las herramientas la diseñé inspirado en la nota ‘That discomfort you’re feeling is grief’ de Scott Berinato para HBR. En la nota entrevistan a David Kessler, experto en dolor y quien sugiere agregar una sexta fase a las cinco previamente definidas como fases de experimentación del dolor en conjunto con Elisabeth Kübler-Ross.
La herramienta, me doy cuenta ahora, la diseñé para mí además de para los demás. La he estado explorando y haciéndome las preguntas con frecuencia.
Estoy atorado en un loop entre tristeza (4) y aceptación (5), pero me sigo explorando, me sigo constantemente haciendo preguntas.
No hay mucho que podamos controlar sobre la situación de emergencia que estamos viviendo. Solo nos queda ser ciudadanos responsables y no ponernos en riesgo ni poner a otros en riesgo.
Solo nos queda seguir preguntándonos: ¿qué voy a aprender de esto?
La pregunta nos llevará a muchos a cuestionar nuestro desenvolvimiento como personas, como miembros de la sociedad, como amigos, como familiares, como consumidores, como creadores.
Las respuestas serán probablemente muy diversas, pero tengo el deseo de que nuestras respuestas coincidan en algo:
Tenemos que cambiar.
Tengo que cambiar.
Tengo que ser mejor.
¿Qué hago para ser mejor?
Estoy confiado en que estamos individualmente creando un nuevo imaginario sobre nuestro rol en la sociedad. Este nuevo imaginario en conjunto con el de las personas de nuestro alrededor generará una conciencia colectiva de transición. Probablemente muchos regresarán a la “normalidad” de antes, pero el cambio es inminente.
Estoy confiado en que será una transición hacia algo mejor, no sé si rápida o lenta, pero necesaria.
Estoy confiado en que estaremos mejor, juntos, con nuevas dinámicas sociales.
Mientras tanto seguiré dando lo mejor de mí para mi empresa y los empleados, para mi familia, para mis amigos y clientes.
Me seguiré preguntando y seguiré confiando.